
El mundo está dividido, entre los que aman los gatos y los que no.
El día de ayer, en el trabajo, tocamos el tema del exceso de tezmos. Pregunté ¿quién es el enemigo natural de ese animal? Un compañero respondió: los gatos.
– ¿Los gatos?
Me sorprendí, porque me imaginaba otro tipo de animal.
Dijo mi compañero:
-Si, los gatos. Los gatos son una plaga, acuérdate que no son de México, vinieron importados.
Desconocía esa información y quedé más sorprendido al haber escuchado que él los consideraba plaga. Me entró la duda y me dije: quien sabe si sea verdad.
Comenté a los participantes de aquella conversación, que tenía cuatro gatos, de los cuales, dos eran hembras y dos machos. Solo una hembra estaba esterilizada.
Tres de mis amigos soltaron la risa y uno dijo:
-No me imaginaba que podrías tener gatos.
Por el tono de sus risas, entendí que la atmósfera de la plática y muy a no era empática, lo que me impidió confesar, que llegué a tener en la cochera de mi casa 12 gatos callejeros, mismos que di en adopción en su momento. Guardé el comentario para evitar alguna opinión burlesca.
Independientemente de llegar a una conclusión universal, de que a los gatos se les debe considerar una plaga o no, en aquel momento, yo evoqué parte de mi relación con los gatos. Mi primer contacto con ellos fue en los primeros años de la década de los 90`s. Pasaba yo por el cuarto de lavado y un maullido pequeño desvió mi atención. Era un gatito refugiado en el interior de la lavadora. Lo saqué con mucho esfuerzo y cuidé por poco tiempo, digamos, un par de semanas. El gatito hacía sus necesidades debajo de la cama y olía terrible. Por aquellos años, no había tanta consideración a los animales; no estaba en la mente de las personas, mucho menos en la mía, adquirir una caja con arena especial y croquetas para gato. Aun no recuerdo qué fue de aquel gatito. Tal vez… solo se fue.
Pasaron los años, y cuando llegó el 2015 también llegó a la familia Lunita, una gatita siamés que buscaba un hogar. Para ese entonces, la sensibilidad gatuna ya estaba a flor de piel. Mis hijos pidieron tener un gato y el gato llegó. Le compramos su caja con arena, su alimento especial y le regalamos toda clase de caricias y cariños para asegurar un vínculo duradero. Desconocía mucho acerca de los gatos y gracias a Lunita, comencé a tratar de entender y apreciar a los gatos, por ser gatos.
La gatita creció y comenzó a escaparse por el patio de la casa. En una ocasión, estuvo fuera por una semana. Me parecía increíble que se haya ido, de hecho, pensé que jamás volvería. Mis hijos entristecieron. Mientras tanto, me di a la tarea de investigar en internet más sobre los gatos. No partía de cero, porque tenía como referencia el programa de televisión: “Mi gato endemoniado”, pero no era suficiente. Mis dudas eran: ¿por qué los gatos se van? ¿A dónde van? ¿por qué, en ocasiones, son tan indiferentes? ¿Por qué los gatos no memorizan su nombre y porque cuando les hablas parece que no entienden? No encontré información suficiente.
Lunita regresó, olía a grasa y aceite de auto. Supongo que dormía en el interior de algún coche. Todos nos alegramos por ese retorno.
En el mismo año, también llegó Roney, un pug cachorro de dos meses. Las cosas no se dieron como esperaba. En una de sus tantas jugarretas entre Roney y Lunita, ésta le alcanzó a arañar el ojo derecho a Rony, provocándole casi su pérdida. Motivo que nos hizo entrar en un conflicto familiar para decidir quién se iba de la casa: la gata o el perro. La decisión favoreció a Roney y Lunita fue dada en adopción a una familia del vecindario.
Hace tres años y medio, a mi papá le regalaron una gatita muy bonita, color blanco, con una mancha considerable en el ojo izquierdo. Su nombre fue Pirata. El la obsequió a mi sobrino, el pequeño Maty, que estaba de paso por el país. Cuando él se fue, mi papá nos prestó a Pirata, era una gatita súper adorable y tranquila. Nosotros la tuvimos un par de meses, porque resultó que mi hija desarrolló una alergia tremenda a los gatos. Pirata se regresó a la casa materna.
Hace dos años llegó una gata a nuestra cochera. La gata de la que he aprendido más. Venía muy flaca y mal alimentada. Solo iba a nuestra cochera a ver si encontraba algo de comer; nunca entraba a nuestra casa, aunque le abriéramos la puerta, ella prefería la cochera y los alrededores. Desarrollamos un vínculo emocional: cada que aparecía, le acariciábamos y dábamos alimento. Yo agradecía cuando se iba, porque así evitaba una explosión alérgica en mi hija, que tanto adora a los gatos.
Después de unos meses, nos dimos cuenta que la gata estaba preñada, y al poco tiempo, regresó acompañada de tres gatitos de dos meses: una hembra y dos machos. Eran muy temerosos, supusimos que habían nacido en un lote baldío. Casi todas las noches se acercaban a la cochera metiéndose debajo de mi auto y sigilosamente en espera de alimento. Eran gatitos muy adorables. Con el tiempo, fuimos ganando su confianza, tal vez, por medio del alimento que les dábamos. Poníamos un poco de leche en unas tapas, y al escondernos, los gatitos aparecían a tomar lo que había. Bastaba un sencillo movimiento de alguno de nosotros, y luego, corrían espantados, a veces, hasta la calle; en ocasiones ya no volvían.
Les pusimos nombre: Juguete o Durazno, le llamábamos a un macho por su color anaranjado y por ser juguetón; Botitas, a la hembra, por tener sus patitas color blanco -daban apariencia de traer botas-, y Carita de Bebé, al otro macho, simplemente por inspirar ternura con sus ojos azules. Siempre andaban cerca de su mamá y ésta los lamía cuanta veces fuera necesario.
Como todo gato, se ponían a jugar y por alguna extraña razón, lo que comenzaba en diversión, casi siempre terminaba en pleito, o al menos eso interpretaba. Estos gatos siguieron el camino de la vida gatuna, se les quitó lo temeroso y ya consentían que los acariciáramos un poco más. Un día, al que llamábamos Juguete, ya no regresó. Nos quedamos con la idea de que alguien lo atrapó para adoptarlo. Su ausencia repentina nos conmovió.
A los pocos meses, la Mamá Gata, fue preñada por segunda vez, y aunque le ofrecimos un lugar seguro dentro de la casa, para tener a sus crías, ella no aceptó, se le notaba incómoda, así que la dejamos salir. A los dos o tres días regresó, pero sin panza, además, con un hambre descomunal. Intuimos que ya había parido y que en algún rincón seguro estaban sus gatitos.
Mientras la gata alimentaba a sus crías, quien sabe en donde, yo salí de casa a llevar la basura a un contenedor; y de manera sorpresiva, escuché maullidos fuertes en un lote baldío repleto de maleza. Pensé, ahí está los gatitos recién nacidos. Cuando me acerqué, vi que era un gatito pequeño, color negro, con su pecho blanco, una mancha triangular blanca en su cuello y tres patitas en color blanco; tenía como una semana de nacido. Sus ojos estaban lagañosos y no podía ver. De inmediato pensé que era hijo de la Mamá Gata y que se le había escapado o perdido, pero no era así, los cálculos que sacamos del nacimiento de los gatitos no coincidían con el tamaño de aquel felino rescatado. Le bañamos, curamos sus ojos y alimentamos. El gatito fue nombrado como Kiti. Durante semanas, la tratamos como hembra, hasta que nos dimos cuenta que era macho. Mis hijos a veces se equivocaban y lo trataban como hembra, yo insistía que no había problema, que los gatos y en general los animales, no se incomodan en lo más mínimo por cuestiones de género. A ellos puedes decirles como sea. Kiti fue creciendo en casa con todos los cuidados.
Pasó otra semana, de aquel mes de abril, cuando Mamá Gata fue a parir y habíamos encontrado a Kiti. De pronto, Mamá Gata apareció. Fue trayendo durante el día a sus gatitos, a nuestra cochera, los ocultaba debajo de una pequeña mesa sobre la que teníamos plantas frondosas. Ese fue un gesto que nos agradó mucho. Creíamos que la gata se sentía segura y parte de nosotros y así quería ella que se sintieran sus crías. Vaya, cómo los seres humanos interpretamos todo ¿verdad?
Sus 5 gatitos eran muy adorables. Kiti los veía desde la puerta-mosquitero, hasta que un día, lo liberamos para que conviviera con su raza, con su especie y aprendiera a ser más gato con los suyos. Entonces Kiti dejó de vivir dentro de la casa y formó parte de la manada de cochera. Fue bien aceptado por los gatos grandes y pequeños. Cuando cumplieron 2 meses, dimos en adopción a los cinco gatos, menos a Kiti. Fue extraño el sentimiento que experimenté cuando le despojé de sus gatitos a mamá gata. Recuerdo que en un día adoptaron a 3. Pude darme cuenta perfectamente como la Mamá Gata maullaba para alimentar a sus gatitos que ya no estaban. Tuve sentimientos encontrados, por una parte, me culpaba por arrebatarle a sus crías, pero por otra, me consolaba el saber que los gatitos estaban con familias que les iban a dar una vida de calidad, además, también venía a mi mente la animalidad de los gatos, su condición natural. Las mamás gata cuidan y protegen a sus crías los do o tres primeros meses, después los dejan a su suerte. Es más, me he dado cuenta de que, ya crecidos los hijos, las mamás los tratan como rivales o enemigos. Las mamás gata no esperan ver crecer a sus crías, alimentarlos por siempre, vestirlos, calzarlos, mucho menos seguirlos protegiendo y educarlos. A ellos los mueve su programa genético preinstalado: nacer, lamer a otros gatos, dormir unos sobre otros, maullar para atraer al macho, maullar para pedir alimento, maullar para manipular, tapar las heces fecales con sus patas, trepar árboles, defender el territorio, jugar, copular, amamantar, cuidar y proteger crías, ser independientes, mostrar indiferencia, ronronear, buscar caricias y estar acostumbrados a la quietud, porque, hay de algo que se mueva, o juegan con eso o lo cazan. En ese programa genético no encontremos jamás la humanidad.
Pasaron otros meses y Botitas llegó preñada. Tuvo dos gatitos y Mamá Gata se convertía en abuela. Los dos gatitos, a quien llamamos Tigrito, por su aspecto parecido al pariente felino y, Calceto, por tener patitas blancas. Estos gatitos pasaban todo el tiempo jugando y explorando, pero eran temerosos con nosotros, aunque habían nacido en la cochera de la casa. Un día, encendí el coche para salir a unos mandados y desafortunadamente atropellé a Calceto. Lo lastimé en alguna parte de su cuerpo que nunca supimos con exactitud donde, ni con la pericia del veterinario, y al día siguiente falleció. Nos sorprendió cómo la manada mostraba total indiferencia al estado del gatito, tanto en sus dolencias cuando vivía, como cuando ya había muerto en una caja de zapatos. Sepultamos a calceto y una sombra de tristeza nos embargó. Más a mí. A la manada no se le vio decaer el ánimo nunca, su vida gatuna continuó como lo diga su herencia genética, para ellos, no hay tiempo ni espacio para sumirse en un episodio tristeza.
A los tres o cuatro meses de que murió Calceto, Kiti ya no regresó por la mañana a comer sus croquetas. Nos quedamos con la idea de que a alguien le gustó el gato y se lo llevó a casa. Lo que era bueno para nuestro sentir, sin embargo, aunque no se dijera públicamente en la familia, todos intuíamos que habían las posibilidades, de que se hubiera perdido o fallecido por envenenamiento o atropello. Decidimos ya no hablar de Kiti y de lo adorable que era: subía a todos los lugares, trepaba hasta mis hombros subiendo por mi pantalón, tomaba agua de los vasos que encontraba, maullaba fuerte para pedir que le abriéramos la puerta y pasar un rato en casa… en fin… Las personas creamos lazos de afecto con los animales que luego cuesta trabajo deshacer.
Alos dos meses de la desaparición de Kiti, Mamá Gata fue preñada por tercera vez. En esa ocasión, tuvo 6 gatitos, todos muy lindos y de diferente color. Cinco fueron dados en adopción y solo nos quedó Pulga Rata, a quien nombramos así porque brincaba muy curioso y pillaba como una rata. Fue entonces que decidí esterilizar a Mamá Gata y a Botitas. La cirugía de Mamá Gata fue todo un éxito. Con Botitas las cosas no fueron tan bien. El día que la llevé a la intervención quirúrgica se me escapó de las manos, luego la ayudante del veterinario la atrapó, pero Botitas le rasguñó los brazos y yo tuve que exigir a la ayudante que la soltara para que no la siguiera lesionando. Botitas huyó totalmente espantada. Aunque fui tras ella, cruzó la carretera y se perdió en el entramado de las calles. Sentí tristeza porque sabía que era difícil buscarla y encontrarla. Creí que la había perdido. Cuando regresé a la veterinaria, me preguntó la ayudante que dónde vivía, al decirle mi domicilio, ella me tranquilizó y dijo que la gatita regresaría a mi casa. La distancia entre la veterinaria y mi casa es de, aproximadamente, 3 kilómetros. Con ese comentario tuve algo de consuelo, pero pesaba más el hecho de que Botitas iba a estar desorientada y jamás volvería.
Pasaron tres semanas, y la vida de los gatos seguía igual: Mamá Gata, Tigrito, Pulga Rata, Carita de Bebé, dormían largas siestas en la cochera, para después, salir en la noche a no sé dónde, hasta volver por la mañana por sus croquetas. Si no había croquetas o leche en sus platos, los gatos salían a cazar. Hemos visto ver en la cochera: pájaros descuartizados, iguanas, chapulines, mayates, chicharras, ratones y besuconas, que los gatos han llevado para alimentarse. No es tan agradable ver ese espectáculo tan natural para ellos, mucho menos, limpiar la sangre y los restos de su comida. Pero debe hacerse.
A las tres semanas de la esterilización de Mamá Gata, regresó Botitas. Me sentí muy feliz pues ya empezaba a resignarme de que no volvería a verla. La recibimos con mucho gusto y alegría. Botitas nunca sonrió, simplemente se nos repagaba para que la consintiéramos con caricias. Mamá gata, no paraba de lamerla o bañarla, como muchos dicen. Después de esa sorpresiva llegada, tal vez a la semana, tomé la jaula donde viaja Rony y metí a Botitas para llevarla a la esterilización. En este segundo intento no hubo falla. La cirugía fue exitosa.
Si mi mente no me falla, al mes de esos últimos acontecimientos, apareció en la noche, Kiti. Todos nos sorprendimos y alegramos. Si que era una gran sorpresa. Teníamos tres meses sin verlo y su regreso nos hizo pensar que el gato no nos había olvidado. Kiti llegó distinto, ya no era juguetón, era reservado e indiferente, pero cuando entraba a la casa, de inmediato mostraba su esencia y sus gracias. Nuestro Kiti, aunque más gato, seguía ahí, adentro.
A los quince días que llegó Kiti, Mamá Gata ya no regresó. Híjole, que difícil es entender la animalidad gatuna. Unos meses o años están contigo, te regalan su estilo de compañía y después, se van, así nada más.
Que extraños son los gatos. Muchas personas se jactan de conocerlos. Yo no los entiendo aún. ¿por qué se van? ¿a dónde se van, que no dejan ni el más mínimo rastro? Alguna vez escuché de mi cuñada la frase “los gatos son bien convenencieros”. Señal de que no están contigo por algo más fuerte, sino por lo que puedan sacar de ti. Todavía me niego a aceptar ese dicho.
Esas decisiones tan gatunas de marcharse y vivir una vida completamente libre, sin ataduras y amarras, me siguen haciendo recordar al tigre de bengala llamado Richard Parker, de la película, Una aventura extraordinaria o Life of Pi. En una de las últimas escenas, que hace Richard Parker, solo se va, dejando en la perplejidad a quien fuera su cuidador por un buen tiempo. …Vaya…
El macho Carita de Bebé fue desterrado de la cochera por Puma, un gato que he considero es el Alfa de la cuadra, y que a base de pleitos lo expulsó del vecindario. No sé mucho de gatos, pero creo que Botitas fue la manzana de la discordia entre ambos machos. Carita de Bebé, de pelaje blanco, le he visto alimentándose en un contenedor de basura de vez en cuando. No se deja atrapar, ahora es más nervioso que nunca, es muy raro verlo ya. Botitas, ya no corre peligro de otro embarazo, se hizo más dócil y cariñosa, pero sigue siendo independiente; a la cochera solo viene a desayunar y cenar, a veces duerme largas siestas en unas cajas de cartón que he modelado como casita para gato. Pulga Rata es muy exigente con la comida, cuando escucha pasos en la cocina comienza a maullar fuerte para conseguir algo de alimento, aunque ya se le haya dado. Kiti sigue siendo libre, en las mañanas pide sus croquetas y se va, no sé a dónde, pero se va para regresar entre las 5 y las 6pm. Se espera a la hora de la cena, como a eso de las 8:30, cena y se va a vivir como gato nocturno. Tigrito es una copia exacta en color a su abuela Mamá Gata. Es muy bonito, pero es nervioso, no se deja atrapar con facilidad. Todos los gatos entran a la casa un momento, hasta pueden dormir un rato, pero su vida está marcada por el desapego, la aventura, el juego, la exploración, la caza y la libertad, porque está en su ADN.
El mundo está dividido, entre los que aman los gatos y los que no. Yo no sé mucho de gatos, es más, ni siquiera sé si ellos aprenden algo de mí. De lo que sí estoy seguro es que, siempre hay algo que aprender de los gatos y otros animales. Una vez leí que un psicoterapeuta, mundialmente conocido, había dicho que su primer maestro fue un gato. Lo dijo cuando vivía en Palo Alto, California. Quizás, después haya tiempo para hablar de esa metáfora, ya que hay un trasfondo real muy interesante.










Los gatos han sido compañeros de los humanos desde hace mucho tiempo. Los egipcios tenían una diosa Bastet, que representaba protección, amor y armonía. Era una figura humana con cara de gato y se le sacrificaban gatos y se momificaban en su honor. Es verdad que son depredadores pero si los dueños son responsables y mantienen al gato en casa no debe haber problema. Yo he tenido 4 gatos en diferentes tiempos de mi vida y rescatado otros tantos, mismos a los que les he encontrado hogar después de rehabilitarlos. Son seres muy misteriosos y coincido contigo en que uno puede aprender mucho de ellos.¡ Saludos!
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Muchas gracias gracias por por leer Ana Piera y también, por estos datos tan importantes para mi. Me gustó mucho que los definieras como «misteriosos», qué palabra tan exacta a su condición. Seguiré siendo amante de los gatos hasta donde me alcance la vida ¡Saludos!
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Lindo
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Gracias por consultar este relato que disfruté tanto escribiéndolo. Hace una semana regreso el gatito Carita de Bebé.
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