Dr Rangel

El lunes 3 de marzo de 1997, en las instalaciones de la Secundaria Autlán, fue mi primer día como estudiante de la carrera de psicología. Grandes expectativas invadían las mentes de los que conformábamos la primera generación del Instituto de Estudios Superiores de Autlán (IESA) -ahora UNIVAG-. Ese día nuestros maestros fueron: el Presbítero Dr. Santiago Rubio Clemente, con la clase de Etimologías Grecolatinas, luego, Introducción a la psicología con el psicólogo Julio López Macedo y, para cerrar la jornada, el Dr. Roberto Rangel Cobián con la asignatura Psicobiología.

Perfectamente recuerdo la entrada del Dr. Rangel al aula. Vestía pantalón de vestir oscuro y una camisa blanca. Su presencia se impuso de inmediato cuando se presentó y comenzó a dirigir la clase. Con voz educada, clara y segura nos dictó parte del temario mientras se paseaba por el salón de clases. De acuerdo con el empoderamiento que el Dr. Rangel asumía de su clase, pensé…

-Esta materia sí que es un gran reto para mí. Tendré que estudiar más del doble para acreditarla.

El Dr. Rangel nos recomendó comprar un libro azul grande, con ilustraciones del sistema. Vaya que sí dediqué bastante tiempo a comprender y memorizar el contenido, tal como lo indicó el Dr. Rangel.

Posteriormente, en otros semestres nos impartió: Sensopercepción y Neurobiología. Recuerdo que cuando veíamos el nuevo horario de semestre y leíamos “Dr. Roberto Rangel Cobián”, hacíamos una mueca de asombro y nos llevábamos la mano derecha a la frente. Decíamos: “Otra vez Rangel…” Pero todos sabíamos que lo que viniera de él, siempre era exigencia y calidad, ósea que nuestra colegiatura iba a estar bien invertida.

En las clases del Dr. Rangel había respeto y disciplina, pero nunca una atmósfera intimidatoria de autoritarismo. A él se le podían hacer cientos de preguntas, para las cuales, había abundantes respuestas. No recuerdo, a la fecha, ninguna pregunta en la que él haya contestado: “déjenme investigar y luego les digo”. Era muy amable para contestar, se dirigía cortésmente a quien había hecho el cuestionamiento y no quedaba satisfecho hasta ver una prueba de comprensión en el estudiante. Nunca olvidaré la analogía que hizo acerca de los nervios craneales.

Cuando el IESA se mudó al edificio de varios niveles, de La Parroquia, en 1997, comenzamos una amistad entre mi grupo y el Dr Rangel. Tal vínculo nos motivó a invitarlo a un paseo a Tapalpa, el cual fue una experiencia genial: fogata, caminata en el bosque oscuro, leyendas de duendes, paseo a las piedrotas, al centro del pueblo… El Dr. Rangel no perdió su compostura, sí se unía al relajo, pero todos le respetábamos ampliamente.

En 1998 el IESA vuelve a hacer maletas, pero ahora se muda a su casa, López Rayón 699. Con solo dos secciones de edificio, en obra negra, sin ventanas y piso, continuamos la licenciatura. El Dr. Rangel se mudó con nosotros junto con la segunda generación.

No había nadie que no opinara lo mismo del Dr. Rangel. Era de lo mejor que tenía la planta docente. A veces, se le veía serio, con el ceño fruncido, pero cuando iniciaba diálogo se perdía esa expresión y aparecía la cordialidad y el trato respetuoso.

En una ocasión, yo transitaba por alguna calle rumbo al IESA y el Dr. Rangel me alcanzó en su nuevo coche. Me dijo:

-Súbete, vas para donde mismo.

Cuando subí a su coche no contuve mis comentarios para alagar su nuevo automóvil. El Dr. Rangel simplemente me dijo:

-Mira, no sé mucho de autos, me han dicho que llega a cien km/hr en pocos segundos. Me tiene sin cuidado, yo solo me subo y voy donde tengo que ir. Lo demás, no me importa.

Después de que mi licenciatura terminara en 2002, el Dr. Rangel me preguntó:

-¿Qué maestría vas a estudiar?

Yo le dije:

-Terapia Guestalt en Guadalajara

El Dr. Rangel movió la cabeza un par de veces en forma de desacuerdo y me expresó:

-¿En serio? Yo creí que ibas a algo de recursos humanos o relacionado con la neurociencia.

Su comentario me dejó pensativo e inquieto. Sinceramente, no lo esperaba. Creí que iba a recibir apoyo, pero bueno, continué mi camino formativo y estudié la maestría de mi elección.

En 2003 tuve la oportunidad de trabajar en el Bachillerato Tecnológico de Autlán y como docente en el IESA. Ahora, el Dr Rangel y yo ya éramos compañeros en la planta docente. Seguimos siendo amigos y aunque después me asignaron el cargo de Decano de la carrera de psicología, nunca intenté ponerme por encima de mis mentores, mucho menos del Dr. Rangel.

En 2008, tres amigos y yo tomamos el camino del emprendimiento y fundamos una pequeña empresa, enfocada a la capacitación en recursos humanos. El Dr. Rangel, director del Hospital Regional de Autlán, nos llamó para ofrecernos una oportunidad de trabajo en el Hospital. Fue un gesto bastante amable el habernos considerado para ofrecer capacitación a su personal. Lamentablemente no se formalizó el proyecto y solo nos quedó la experiencia de acercarnos a una institución pública. Después de ese hecho, que no puso en duda la amistad, volví a encontrarme al Dr. Rangel en la Escuela Preparatoria Regional de Autlán. Supe que ya no laboraba en el IESA y que estaba enfocado al cierre de su trayectoria como médico. Nos vimos en una reunión de padres de familia; en ese entonces, yo tenía como alumno a su hijo.

Pasaron unos años y me enteré de que el Dr. Rangel se había jubilado. Y un tiempo después, gracias a un cargo que tengo en la Preparatoria, supe que el Dr. Rangel era el nuevo Coordinador de Consejos Municipales de Salud. A partir de ese entonces, compartimos muchas reuniones interinstitucionales en diferentes espacios: la sala Ernesto Median Lima, los Consejos Municipales de salud, la Región Sanitaria VII y en la Preparatoria. Fueron reuniones de trabajo colaborativo cuyos trabajos se cristalizaron en diversas campañas de prevención del dengue y otros vectores. Debo decir que, como compañero de trabajo interinstitucional, jamás perdió su esencia como persona:  un hombre respetuoso, ocurrente, bromista, servicial, empático, conversador y muy humano. Profesionalmente: trabajador incansable, disciplinado, responsable, estudioso, creativo, buen jefe, atento e inteligente. En las reuniones de trabajo que sosteníamos, siempre había algo que aprender de él: desde una palabra nueva, una expresión distinta, hasta formas de organización más eficientes. En esas reuniones yo era el Maestro Jaime y el, el Dr Rangel. Fuera de las reuniones nos hablábamos de tu, a veces me decía “Piche Jaime” cuando lo bromeaba y yo le decía Robert, tal cual como le decía su hermana y maestra mía, María de los Ángeles Rangel Cobián.

El ultimo proyecto que trabajamos interinstitucionalmente, fue la campaña de descacharrización masiva en 2020, en el mes de febrero. Fueron tres días intensos. Terminamos en el jardín Echeverría con unas tortas y botellas de agua sobrantes. El Dr. Rangel era incansable.

Después, la cuarentena Covid-19 inhibió nuestra comunicación tanto interinstitucional como personal. De vez en cuando le escuchaba por Radio Costa, informado sobre estadística del Covid-19 en Autlán.

El 28 de enero de 2021 restablecí la comunicación con el Dr. Rangel para invitarlo a participar en mi programa de podcast. El me dijo que estaba encerrado en casa con Covid-19, lo cual me impresionó y puso triste. Me dijo que estaba en el día 6, con síntomas leves. Le encantó la idea de charlar en un podcast. Le dije que la idea era, salirse del esquema institucional y abordar temáticas de análisis contextual, como amigos que se reúnen a reflexionar. Estuvo de acuerdo y me sugirió un par de temas, los cuales me emocionaron y puse en pausa, hasta que Robert me hablara para decir que había vencido al Covid. En eso quedamos aquella vez.

Hace unos días recibí la noticia de que mi buen amigo Robert había partido para siempre. Una pirámide de incredulidad aplastó mi mente, pero un nudo denso en mi garganta me dijo que era verdad, que mi amigo y el amigo también de muchas personas, se había ido.

En diferentes horas de los días que han pasado, he revisado en mi celular esa última conversación que tuve con mi estimado maestro y amigo Robert, por si hay un mensaje que diga: “amigo, ya estoy listo, ¿cuándo grabamos”?

En memoria

Dr. Roberto Rangel Cobián

Autor: Jaime Gómez Castañeda

Doctor en Ciencias del Acompañamiento Humano, Psicólogo, Psicoterapeuta, Tanatólogo, Académico (Universidad de Guadalajara), escritor, conferencista, Podcaster, Booktuber.

29 pensamientos

  1. Lamentable su partida… Yo tuve la oportunidad de saludarlo personalmente en una farmacia antes de su diagnóstico de Covid… Me dio mucho gusto verlo, y sobre todo que se acordará de mi… Un gran maestro, un excelente ser humano…

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  2. Me encanto tu relato, Jaime, describes también sus cualidades y talento como maestro y como ser humano. También yo lo recuerdo con mucho cariño y agradecimiento.
    Gracias por compartirnos tan personales y hermosos tus recuerdos con el.

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  3. Las experiencias distintas porque conocimos al Dr. Rangel cuando atendió a nuestras niñas con una calidez que muchos pediatras no tienen, se convirtió en nuestro amigo y cuando enfermaban mis niñas lo único bueno es que verían al Dr. Rangel su doctor de los gises de colores, la consulta se prolongaba por horas porque siempre era un placer compartir con el interesantes charlas, se le extrañará enormemente y duele su partida, pero siempre tendrá nuestro agradecimiento como familia.

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  4. Una historia muy preciosa de tus estudios,siempre hay un ángel para ayudarte a saber mas ese fue el DR.Rangel.el sabia tus actitudes y intento que avanzaras.
    Esta tarde en Facebook he visto y oido la entrevista que te han hecho sobre el libro que has escrito y he anotado algunas cosas como en est que estamos descifrando.
    Eres muy valiente y te felicito con un abrazo desde 🇪🇸 España.

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      1. Leerle hizo brotar mi llanto, ambos grandes seres humanos, sin dduda.
        Simpatico, serio, culto y muy solidario es como recuerdo al Dr, Rangel. En gloria éste y que siga cosechando logros Dr. Jaime.

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